El fenómeno de «El Amor después del Amor»: la serie sobre la vida de Fito Páez

El amor después del amor, el éxito en Netflix sobre la vida de Fito Páez, narra su infancia, la relación con sus padres, el asesinato de sus abuelas durante un asalto, sus grandes amores: Fabiana Cantilo y Cecilia Roth, olvido incluir a Romina Ricci, la actriz madre de su hija Margarita, sus logros musicales, los viajes, las giras, los excesos, todo reflejado en solo 8 capítulos muy llevaderos y bien logrados.

El elenco lo conforman: Iván Hochman, Micaela Riera, Martín Campilongo, Gaspar Offenhenden, Daryna Butryk, Mariano Saborido, Manu Fanego, Andrés Fejerman (Andy Chango) y Julián Kartún.

El amor después del Amor, además de ser el nombre elegido para esta serie, es el nombre del disco de Fito Paez más vendido de la historia del rock nacional. El amor después del amor vendió 1.100.000 copias.

En cada encuentro virtual o presencial, de estos días, inevitablemente alguien pregunta «¿Viste la serie de Fito?» y así ya se la haya devorado entera en una tarde de maratón o se hayan visto solo algunos capítulos, inevitablemente todos dicen «sí, me emocioné», «me lloré todo», «estoy conmovido».

La historia es conocida, porque la vida de Fito Páez fue casi siempre tan pública como su carrera artística. El guion no destaca porque, como sucede con todas las biopics, hay que concentrar en poco tiempo una vida entera con el riesgo de transmitir una intensidad sin pausas, superposiciones de hechos que convierten a la biografía estricta en una ficción poco creíble y un ordenamiento de los acontecimientos trazado al final del recorrido, que establece causalidades y predestinaciones que solo pueden asumirse a posteriori.

Sin embargo, las caracterizaciones e interpretaciones de los personajes principales son excepcionales. Desde las que aprovecharon el ADN del joven Joaquín Baglietto para interpretar a su padre Juan Carlos, con el que debutó Fito Páez en Rosario, hasta las del propio trabajo actoral de Iván Hochman asumiendo el rol protagónico.

Es difícil adivinar a Micaela Riera debajo de esa impecable Fabiana Cantilo y es hermoso encontrarse con la particular cadencia de la voz y los movimientos de Luis Alberto Spinetta en el cuerpo de Julián Kartún. En pocas segundos también se puede ver a Federico Moura, Los Twists, Andrés Calamaro, Tweety González, Divina Gloria, Rubén Goldín, Daniel Grinbank y otros tantos músicos y productores de la época.

Mención aparte merece la notable actuación de Campi, como Rodolfo Páez padre. Pero el premio mayor del público y la crítica se lo lleva Andy Chango interpretando fantásticamente a Charly García.

Y sin embargo, ni siquiera las interpretaciones alcanzan para explicar el fenómeno emocional que la serie continúa, después de los estadios llenos por Fito Páez con el tour que conmemora los 30 años del disco más vendido en la historia del rock nacional. Un fenómeno que alcanza a los fanáticos que tienen todos sus discos y a los que jamás compraron ninguno; a los que lo descubrieron con la masividad de El amor después del amor y a los que justamente allí dejamos de escucharlo.

Yo tenía los casetes de Del ’63, Giros y Ciudad de Pobres Corazones, que me los habían regalado familiares y amigos en algunos cumpleaños. Pero, con mis amigos éramos más de Serú Girán, a principios de los ’80. Eso no impedía que bailáramos con Virus y Los Abuelos de la Nada, luego escucháramos a Sumo y Los Redondos, más tarde nos apretujáramos en los primeros recitales de Divididos y Las Pelotas y tuviéramos siempre de fondo, inevitablemente, al omnipresente Charly García.

Sin embargo, muchos podemos cantar los hits de Fito Páez con solo arrancar los primeros acordes, porque fueron parte de la banda sonora de nuestra adolescencia y nuestra primera juventud. Todos alguna vez cantamos «no todo el mundo tiene primaveras»; todos, algún domingo a la tarde, nos tiramos en la cama a escuchar que «en esta puta ciudad todo se incendia y se va» y todos bailamos en una fiesta estudiantil cuando «se vino la rumba del piano».

Y pienso que ni siquiera eso es lo que nos conmueve cuando vemos la serie de Fito, sino lo que esa banda sonora evoca de esos tiempos en que habíamos aprendido la muerte con los amigos mayores que perdimos en la guerra, pero también la alegría que conocimos cuando recibimos a los sobrevivientes; habíamos echado a patadas literalmente a las autoridades de la dictadura de nuestros colegios y buscábamos en la militancia juvenil universitaria una respuesta que satisficiera nuestras expectativas de transformación radical, que no se agotaban en la democracia que nos ofrecían los viejos partidos tradicionales.

Una época en la que podíamos estudiar y trabajar porque el salario nos alcanzaba incluso hasta para alquilar un departamento con nuestros amigos e independizarnos. Años en los que nos comunicábamos más, con menos medios; en que volvíamos a casa a contarnos nuestras jornadas porque no teníamos transmisión continua y pública de nuestras vidas.

Páez Producciones, Mandarina y Netflix supieron hacer un buen negocio de este revival. Lo vintage siempre fue objeto preciado de consumo, en todas las épocas, solo que ahora no son nuestros abuelos quienes nos enseñan el mecanismo de los relojes a cuerda que llevaban en el bolsillo del pantalón, sino nosotros los que explicamos a otros jóvenes para qué servían los cospeles de ENTel y cómo era vivir sin wifi.

También es cierto que no todo tiempo por pasado fue mejor, como escribió lúcidamente Luis Alberto Spinetta. Pero cuando ya doblamos hace rato la curva de los 50, quizás esté permitido un recreo de nostalgia para dimensionar más objetivamente en qué pensamos aprovechar el tiempo por delante. Ese tiempo del amor, después del amor, después del amor, después del amor… Fanáticos y no fanáticos, seguramente le agradecemos a Fito por tocar la campana para salir a este recreo.

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