Por Mariano Eguía: «La tarea que nos convoca»

Casi nadie niega ya que la Argentina enfrenta varios problemas que debe resolver a nivel de su sistema político. Vale decir, que deben resolver todos sus dirigentes y partidos políticos, (al menos aquellos que crean, en la iniciativa privada y el sistema republicano de gobierno). 

La Argentina, como otros países de la región, no tiene problemas religiosos, como si los tienen países del medio oriente; tampoco tiene problemas étnicos, como si los tienen también, muchos países asiáticos y africanos, ni tiene, finalmente, potenciales conflictos con sus vecinos. Todo esto lo tiene saldado.  

Si nuestro país fuese una persona, creo que podría aplicársele aquello que expreso tan bien J. L. Borges, cuando dijo “si volviera a nacer, trataría de tener menos problemas imaginarios y más problemas reales”. No quiere decir esto que carezcamos de grandes desafíos, todo lo contrario, pero es cierto que el tamaño de los problemas que afrontamos pueden resolverse con sinceridad, buena voluntad, idoneidad y espíritu patriótico. Si trabajáramos realmente para los demás, dejáramos atrás el egoísmo y la vanagloria de quienes pretenden pasar a la historia como héroes o mártires, digo, si nos interesara el interés general de tal manera que pudiéramos asumir las circunstancias y hablar de frente a la sociedad. 

¿Qué le impide a nuestro país encontrar la senda segura del desarrollo y el crecimiento con inclusión social? ¿Qué es lo que no le deja volver a su camino dorado de principios del siglo XX, cuando primaba sobre los países de la región y sobre buena parte de los países del globo? 

Los problemas de Argentina son seguramente multicausales, pero principalmente hay un problema de raigambre política, de pobreza política y de pobreza de filosofía política. Un problema de miras, de exceso de espíritu de cuerpo, de falta de recambio generacional, no por edad, sino por madurez, por convicción y por espíritu republicano. 

Está claro, y lo he visto y vivido. Buena parte de la dirigencia política argentina trabaja tanto para solucionar algunos problemas, pero mucho más para mantenerse simplemente en el poder. 

Existen problemas “aparentemente” económicos; digo aparentemente porque son de manejo económico, pero tienen, en realidad raíz política. A su vez, estos problemas políticos son, finalmente, de filosofía política. ¿Un problema filosófico? ¿Qué disparate? podría decir el lector, pero pongamos un pequeño ejemplo que pueda ilustrar nuestra hipótesis.  

Uno de los mayores problemas económicos que afrontamos hoy es la inflación, creo que podemos estar de acuerdo en ello. La inflación – y hay un consenso bastante extendido sobre el punto- esta generada hoy por un exceso de gasto del estado; gasto orientado a los sectores más vulnerables, que, por tanto, se dirige en un 100%  a gastos de consumo familiar (no a ahorro, puesto que prácticamente no hay capacidad de ahorro) y termina pujando sobre los precios. La razón del gasto del estado, es entonces, política. Se gasta en función de variables de políticas sociales. 

 ¿Porque se gasta en ayuda social? Porque ayudar a los que más lo necesitan es deseable, es algo bueno en sí mismo. Si entonces es bueno, ¿por qué entonces debiéramos cuestionarlo?  

Ayudar a los demás no es algo cuestionable, las sociedades civilizadas se basan en la cooperación mutua. Ahora bien, la pregunta-ya de filosofía política- que deberíamos hacernos es: ¿cuál es la mejor forma de ayudar a los demás? ¿Cómo ayudamos para que el remedio no sea peor que la enfermedad?  

Creo que esa pregunta es válida porque tenemos un problema cuando lo que se gasta es mayor a lo que ingresa y hay otro más grande aun cuando lo gastado no mejora la vida de la gente. Hoy, con jubilaciones extendidas, AUH y decenas de planes menores, la pobreza llega a más del 50% de la población.  

Allí está la paradoja. Mas se ha ayudado, más ha crecido la pobreza.  ¿Se ayuda realmente a los más pobres solo entregándoles dinero en sus cuentas?   ¿Es esa ayuda condición suficiente en términos de lo que esa persona necesita para su desarrollo? Sabemos que no, pero hemos hecho poco al respecto. Mas incluso: ¿qué tipo de ciudadano queremos y formamos?  ¿Cuál es actualmente la educación del ciudadano por la que lucho tanto Domingo F. Sarmiento, Deodoro Roca y tantos otros? Creo que allí radica la principal cuestión. Cuestión no está definida o quizá peor aún, está olvidada. 

Existe una visión política, cuyo discurso nos alega que la gente “no puede” y entonces hay que “darle” diferentes bienes, todos materiales por supuesto. 

Dígale a cualquier persona, repetida y masivamente que no puede hacer algo y este seguro de que no podrá. Y este es un punto clave; cualquier cosa que hagamos por las personas, que esas personas puedan hacer por si mismas condicionara negativamente su autoestima, el aprecio por su propio valor, romperá sus sueños y sellara así, su dependencia de por vida; ya sea del estado, o de cualquier otro amo con el que se enfrente. 

Y no quiere decir esto que no haya que ayudar, digo que dar cosas cuasi servidas se ha convertido en la única herramienta masiva disponible desde el estado. 

¿No ayudaríamos más a una persona fortaleciendo sus conocimientos técnicos, su espíritu de lucha, fortaleciendo, digo, todas sus capacidades intelectuales y emocionales para que se enfrente a la vida? Pues no lo estamos haciendo. El 50% de nuestros jóvenes no termina el secundario, nivel que se completaba para el cien por cien de los jóvenes para el año 1950 en países desarrollados como Japón, por ejemplo. 

¿Estamos pues, haciendo esfuerzos en ese sentido o solo esperamos que el dinero resuelva los problemas? 

Pongamos nuevamente un pequeño ejemplo-esta vez local- para saber si estamos realmente haciendo algo por los ciudadanos: en plena era digital, no fortalecemos ni propiciamos carreras y orientaciones vinculadas a las tecnologías de la información en nuestro distrito. En plena pampa húmeda y productiva nuestra educación vinculada a la producción y transformación de alimentos aun es aún poco accesible. Si bien tenemos dos escuelas de renombre y trayectoria, no son ambas públicas y se encuentran sobre demandadas. Necesitamos crecer en educación vinculada al trabajo. Los jóvenes no encuentran trabajo. El trabajo no “encuentra” a los jóvenes sencillamente porque no tienen las capacidades técnicas que se necesitan. Esto se da en todo el país, con las excepciones de los grandes centros urbanos, donde también se encuentran los centros de conocimiento. No hay planificación para la producción de conocimiento. Es un problema de planificación política y educativa, que se replica en todo el país. 

Vale decir, si no enseñamos ciencias vinculadas al trabajo, seguiremos solo transfiriendo dinero sin posibilidades de bajar la pobreza y aumentar la calidad de vida de nuestros ciudadanos. 

Demás está decir que para alguna dirigencia política un ser humano así, le es completamente funcional: no puede, hay que darle. Si le damos luego le podemos pedir, ya que nos debe. Y entonces le pediremos aquel insumo que alimenta la maquinaria y logra la supervivencia en el poder: el voto. La rueda gira en un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. 

¿Hay una mente maligna pergeñando todas estas cosas? A veces sí, pero otras tantas actúa como un mecanismo inconsciente. ¿Para qué? Para mantener el poder y con suerte ser recordados por un tiempo. Carl Gustav Jung, gran psiquiatra suizo ideo un concepto interesante para todas aquellas cosas que no podemos ver de nosotros mismos, por su carácter oscuro, funesto e incluso demoledor. Aquellas cosas que no podemos reconocer, de nosotros mismos porque nos son incluso inconfesables, las llamo “la sombra del ser humano”. Todo aquello que no podemos mirar de frente en nosotros mismos porque nos dejaría en una situación muy desventajosa a la vista del otro, se reprime y va a parar al inconsciente personal donde quedan arrumbadas (una especie de sótano psíquico). El problema, decía Jung, es que cuanto más queremos acallar esa sombra, negarla, borrarla, desterrarla, más fuerza toma. No hay manera de que nos deje en paz negándola. Lo que niegas te somete, lo que aceptas, te transforma, decía. Lo que se debe hacer entonces, afirmaba, el fundador de la psicología jungiana es reconocer e integrar todos aquellos aspectos que aborrecemos de nosotros mismos. Saber que están allí y son parte de nosotros. Solo asi pierden su poder y quedan integrados a la personalidad. 

De la misma manera que a nivel personal, la Argentina tiene su propia sombra. Aspectos que negamos, que queremos acallar por la fuerza, que no miramos. Nos pasa con la pobreza y entonces tomamos atajos, soluciones que yerran el diagnóstico y no hacemos más que aumentarla.  

Sera cuestión entonces de reconocer nuestro inconsciente colectivo. Reconocer como país aquellas cosas que nos duelen, que nos agobian y que no queremos mirar, porque nos obligarían a empezar de nuevo. Si, los argentinos, tan orgullosos que pecamos de “agrandados” en el exterior, tenemos que empezar de nuevo. 

Dejar de mentir y mentirnos. Dejar la facción y tender lazos y puentes con aquellas personas de buena voluntad que quieran comenzar el verdadero cambio, el cambio interno, un cambio que luego se exprese en lo público, seas del partido que seas, gobierne quien gobierne. 

Dejar la pelea que agranda nuestro ego, que lo infla, pero que destruye a los demás. Retomar el camino de la humildad, del reconocimiento del otro, de la conducta. 

Reconocer que no existen ordenadores sociales, que tenemos un serio problema. La moral está amenazada. Alguien la volvió un disvalor. No hay moral   laica. Nadie está por encima de nosotros mismos, y eso se está cobrando vidas. 

Reconocer que la libertad sin responsabilidad y sin saber qué hacer con ella no puede ser valorada en todos sus aspectos. 

Nuestra crisis es también nuestra oportunidad de retomar el compromiso con lo público. Hacer foco en mejorar la educación, lograr egresar a todos los jóvenes, en un sistema que los prepare para la vida en sociedad. Cuerpo mente y espíritu para una vida digna de ser vivida, en un país con reglas y sin atajos. Esa es nuestra divisa y debe ser la tarea que nos convoque. 

Mariano Eguia
Politólogo UBA
Presidente Coalición Cívica – ARI 25 de Mayo

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